Eco y Narciso

Eco y Narciso, John William Waterhouse. 1903

Una de las cosas que más me fascina del psicoanálisis es su trabajo hermenéutico. En su lectura de la filosofía antigua existe una dimensión rica en interpretaciones de ciertas afecciones, pienso en el Edipo de Freud o en la idea de anima y animus de Jung a partir de textos hinduistas. En ese trabajo de relectura y actualización de un relato del pasado, la filósofa y psicoanalista Julia Kristeva en Historias de amor refiere a los griegos para pensar el concepto de deseo. Rastrea la idea en filósofos posteriores a Platón: la vía de la Unión del neoplatonismo, el amor como afecto de San Bernardo o el encantamiento poético a partir de una relectura del mito de Narciso.

Eco es una ninfa de los bosques castigada por Hera a repetir la última palabra de todo lo que escucha. Eco se enamora de Narciso cuando lo ve cerca de su cueva; él no le corresponde, dicen que incluso se burla de ella. Némesis, que observa la escena, castiga a Narciso con una sed insaciable, en el momento en que busca agua en un lago se enamora de su reflejo. Eco agoniza oculta. Narciso no puede alejarse del lago. Según Kristeva, el mito aparece primero en Ovidio y se interpreta después a comienzos de la era cristiana, por eso, desde un enfoque platónico, la filósofa escribe: «El amor es, en suma, la mirada del alma hacia las cosas invisibles». Y después: «[En Narciso] el sujeto se toma así por objeto en un desdoblamiento amoroso superado sin embargo por la mediación de la ascensión hacia el bien». Habrá que recordar que, según El Banquete, el amor tendería hacia el bien identificado con la belleza. Kristeva recupera los hilos con los que se traza el mito de Narciso y, en un trabajo de interpretación que me recuerda al que hace Barthes en Fragmentos de un discurso amoroso, lo vincula con el lenguaje y con el presente: Narciso «nos seduce y se impone como motor del subjetivismo occidental».

Escribía hace algunos meses que estaba viviendo en una suerte de “locura en la interpretación”, mi metáfora para decir que estaba enamorada sin ser correspondida. Tenía una especie de fantasía amorosa con alguien que parecía no tener el mismo interés, pero sí existía un diálogo —¿acaso un eco? ¿un reflejo en un espejo? —. En una noche de insomnio entré a Tik Tok y vi varios videos sobre “cómo identificar a una persona narcisista». Hombres de voces graves hablaban muy rápido y enumeraban ciertas características: “le interesa tu atención, pero esa atención no es recíproca”. El mensaje general era de alerta, las famosas “red flags” del discurso actual en redes sociales. Pensé mucho tiempo en esas advertencias y en una interpretación rápida, di mi veredicto: estaba enamorada de un narcisista, por tanto, debería alejarme; una tarea poco sencilla. Y es que el discurso del amor ahora es extraño, es como si se cultivara una especie de individualismo basado en la búsqueda de un “bienestar propio” que niega todo encuentro con el otro, todo diálogo, toda comunidad posible. A partir de las banderitas rojas nadie es nunca adecuado o suficiente para nosotras, de ahí que sea preferible “pensar primero en nosotras mismas”, recluirnos como Eco a nuestra cueva, agonizar, y alejarnos de los narcisistas.

Es interesante pensar cómo lo que considero una “hermenéutica del análisis” se ha convertido hoy en un diagnóstico para ser tratado en terapia. El mito de Narciso entra en el campo de la patología. Después de Tik Tok encontré a Kristeva, afortunadamente. Ella propone una idea fascinante: considerar el mito de Narciso no sólo como el motor del subjetivismo occidental, también como motor de la fantasía y, por tanto, de los grandes relatos sobre el amor. La voz de Eco sería el nacimiento de los grandes poemas. La palabra de la amante en el Cantar de los Cantares: «Béseme de besos de su boca; que buenos [son] tus amores más que el vino». Como parte de la construcción del sujeto, el enamoramiento de Narciso también pertenece al terreno de lo imaginal: «El objeto de Narciso es el espacio psíquico; es la propia representación, la fantasía» escribe Kristeva. Eco, enamorada también de esa fantasía —el relato que se cuenta Narciso de sí mismo— es la que puede cantar porque imagina. El amor es motor poético, es palabra, es signo, es interpretación y es, sobre todo, narración: «El Amado mío para mí, yo para él que se apacienta entre las azucenas» dice la amante de El Cantar de los Cantares.

Estado febril, entonces, frente a las palabras del otro. Delirio en la interpretación. Todo lo que hace o no el otro es como una herida o un apapacho. Eco, la trovadora de su amor imposible; herida y después regocijada cuando es mirada. Quizá en Tik Tok no sospechan que para Kristeva, todos somos narcisistas. Para la modernidad, la imagen del joven encantado aparece como fuente del conocimiento de sí mismo: «Amo lo que soy. Soy el que me ama». Narciso, como Eco, también es poeta rehabilitado vía Paul Valéry: «¡Ay! ¡La imagen es vana y eternos son los llantos! Por los bosques azules y los fraternos brazos». Si Eco puede ser la primera voz femenina en Occidente en declarar su deseo, Narciso es el símbolo del poeta moderno que intenta conocerse a partir de narrarse. De nuevo Kristeva: «El narcisismo se refugia más intensamente en los despliegues fugaces del sentido ficticio».  Por tanto, ¿qué razones habría para retirarse del encantamiento del enamoramiento? Estado poderoso, similar al de las revoluciones según una cineasta chilena llamada Carmen Castillo, para Hannah Arendt la imaginación también tendrá un poder emancipatorio. El enamoramiento bebe de la fuente de ese motor que es el mismo de las revoluciones. Construye comunidad. Habría que elegir el estado del enamoramiento porque estar en él significa poder escribir: poder cantar.

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