La práctica


Creo que no había sido consciente de las consecuencias del encierro obligatorio por la pandemia en mi cuerpo hasta hace muy poco: una cierta dificultad para hablar en público —nos acostumbramos a las reuniones virtuales—, el cansancio debido a la inactividad física, y, sobre todo, un descenso del deseo erótico. ¿Qué es lo que puede un cuerpo? Pienso en esta famosa pregunta de Spinoza cuando recuerdo esa suerte de resistencia callada durante el encierro. Mi cuerpo no se enfermó, pero ciertos miedos se manifestaron de repente. En una ocasión, por ejemplo, en un ataque de hipocondría, tuve la certeza de la enfermedad y la muerte, creía que podría enfermar gravemente en cualquier momento y no tendría el dinero suficiente para pagar un tratamiento. Los miedos de la pandemia. Entre otras muchas cosas, durante los años que duró el encierro, dejé de hacer yoga, nunca había sido muy constante y necesitaba una guía para mi práctica, con la falta de actividad física mi cuerpo estaba constantemente cansado, pero pensaba que era una consecuencia de ese miedo generalizado.

A varios años de la pandemia, hace apenas un mes retomé la práctica de yoga, ahora mi cuerpo puede recordar cómo uno de los efectos más inmediatos es la consciencia de sus posibilidades: la flexibilidad y la resistencia o la falta de estas para ciertas posturas. Me he sentido menos cansada y menos ansiosa, aunque el deseo erótico ha tardado en volver. Mi amiga L. tenía una metáfora para ese estado del cuerpo sin deseo: ser como un caracol, quizá porque los caracoles son los animales menos eróticos; contrario a los leones, no hay videos de la vida reproductiva de los caracoles en documentales de animales. Un cuerpo también puede existir sin sentir deseo; aunque Deleuze, como lector de Spinoza, funde gran parte de su teoría en la idea opuesta. Pero, considerando las ideas de Deleuze, no escribo solamente del deseo erótico, pienso en el deseo como hálito de vida. Una de las razones para ir por primera vez a terapia el año pasado fue porque había dejado de sentir placer por la comida o por el aire fresco de las mañanas, esas pequeñas cosas que siempre me han dado placer. Como si se tratase de una convalecencia larguísima, he estado recuperando mis sensaciones poco a poco.

¿Qué puede un cuerpo? Me atrevo a afirmar que la práctica de yoga aventura una posible respuesta. Un cuerpo puede mantener la fuerza y el equilibrio en una postura controlando la respiración y así calmar un poco los pensamientos. Después, ese equilibrio parece prolongarse a la vida diaria, yo me siento ahora con los sentidos más despiertos, como si se expandieran entre una calma tibia. Aunque no todo puede ser siempre así, tan tranquilo. La película más reciente de Martín Rejtman: La practica, va un poco sobre esto. Una mañana, durante una clase de yoga, ocurre y sismo y a partir de ahí la vida de un instructor, el protagonista de la historia, parece complicarse un poco. Entre su divorcio y mudanza, una lesión en la rodilla dificulta su rutina. De manera paralela, una serie de personajes complementan la película, hay romances fugaces y retiros de yoga en las montañas. Creo que, en su juego con lo cotidiano, la hipótesis de que nuestra relación con nuestro cuerpo siempre es conflictiva —en el sentido de que nunca impera del todo la calma— es central en la película. Un pensamiento intrusivo atenta contra el equilibrio, pero conocer el ruido nos permite prestar más atención al silencio. Así como la ausencia del deseo nos permite evocar su antigua presencia.

Seguir la huella de la falta del deseo, en mi caso, me ha permitido tener la certeza de que la falta se manifiesta en mi escritura. Estos meses de silencio en este blog se corresponden con “la etapa del caracol”. Pensaba que si no escribía sobre deseo era porque no tenía nada nuevo que contar, pero no se trataba exactamente de eso, era, más bien, que faltaba ese motor que animara la escritura, ese hálito de vida del que hablan los filósofos que cito. Y este hálito no depende de “experiencias nuevas para reportar” sino de algo más flotante: conocer lo que puede nuestro cuerpo. Conocer, por ejemplo, que un cuerpo puede oscilar entre el placer y su falta, entre el ruido y el silencio; entre la lesión como relato de un desequilibrio exterior —el encierro o un divorcio, como en la película de Rejtman— para corroborar, finalmente, que su falta incide sobre mi escritura. Sin placer soy como un ente baboso que se arrastra perezosamente —aunque me parece que para L., como para muchos ascetas, la experiencia del caracol no se trata de una agonía, sino de otra vía de comunión con nuestro cuerpo—. Pero si yo uso estas palabras es porque, en mi experiencia, el placer me conecta con una alegría de vida. Siempre ha sido así.  Y es interesante cómo escuelas filosóficas han sentado sus bases en estas dos vías: el ascetismo o el hedonismo. Algún día tendré que escribir sobre esos placeres sencillos, como la comida o el aire de las mañanas frescas.  

¿Qué puede un cuerpo? Mi cuerpo puede ser un amasijo de nervios, disociar en momentos de tensión por una serie de inseguridades extrañísimas ligadas a experiencias de mi infancia —o al menos esa es una de las hipótesis del psicoanálisis—.  Y puede ser, a través de diversos placeres que definitivamente puedo disfrutar más que la terapia, mi más grande vía de autoconocimiento. A veces sueño que llego tarde a un examen o que, pese a que terminé mi maestría, reprobé matemáticas; me sueño vistiendo el uniforme vino y gris del colegio católico y cuando despierto me doy cuenta de que estoy desaprendiendo la disciplina a la que me sometí durante todos esos años. Mi cuerpo pudo despertar todos esos días a las 7 de la mañana en contra su voluntad. En este desaprendizaje hay una ruta de autoconocimiento, pese a que nunca fui buena en deportes ahora puedo sostener más de cinco respiraciones en una postura de cabeza o despertar temprano un sábado para ir a practicar yoga. Mis piernas son fuertes. Mis manos ahora alcanzan las plantas de los pies. Con una buena guía puedo seguir los senderos entre las montañas e internarme en ellas. En las montañas de Chile vi araucarias nevadas.

Como consecuencia de varios años de exploración urbana, me gusta la mezcla de los sabores dulces y picantes y creo que podría vivir el resto de mi vida con comida japonesa. Y creo que escribo sobre la comida, aunque realmente quiero escribir del deseo erótico porque ambas son vías para el placer. Esa es otra de las enseñanzas de mi cuerpo. Algún día escribiré sobre la comida, las mañanas frescas en las montañas y otros placeres sencillos.

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