No sabemos coger

¿Cómo aprendemos a coger? Tengo en mente un fragmento de una canción que no sé si estoy recordando mal: “harás con la otra en la cama lo que aprendiste conmigo”. También estoy pensando en la pornografía con su potencial didáctica para aprender pasos y coreografías, imitar gestos y gemidos. La pornografía como una escuela para las artes amatorias. Pienso en el chiste que le dije hace tiempo a alguien: “funcionaron esos tutoriales de YouTube”. Pienso, por último, en que una nunca sabe si coge “bien” o “mal” pero estoy segura de que una es siempre es responsable de encontrar su propio placer. ¿Cómo aprendemos a coger? Quizá una de las respuestas más simples es que la práctica hace a la maestra ¿pero qué tipo de práctica? ¿la práctica con una sola pareja o con distintas? quién garantiza que la respuesta a la primera opción no sea sólo la experiencia de caer en una suerte de rutina, quién garantiza que la respuesta a la segunda no sea sólo una colección de momentos desastrosos.

Pienso en las clases de educación sexual en la secundaria y en la educación que recibí en casa. Para mamá era importante que no consideráramos la masturbación como un tabú, pero me parece que la masturbación sólo nos permite conocernos a nosotras mismas, y eventualmente, ser responsables de encontrar ese placer propio. En la escuela la educación sexual no tenía nada que ver con la educación sentimental, en el colegio sólo aprendí fisiología, pero no cómo saber qué deseaba. En su opacidad, el deseo no puede ser una didáctica y sin embargo es importante intentar descifrarlo en las señales que nos da a través del placer.

Quizás aprender a coger es como aprender a nadar: sólo en la alberca y en la cama se puede poner en práctica la teoría. Pero, a diferencia de nadar, una nunca llega a desarrollar una gran técnica amatoria para convertirse en competidora olímpica del sexo, sobre todo porque existen miles de formas distintas de experimentar placer y a veces el placer propio no es el placer del otro. Ahora estoy pensando en esa idea mal citada de Jacques Lacan que vi hace poco en las historias de Instagram de un conocido: “mi placer es tu placer”; no sé en qué medida el placer del otro puede ser mi placer, el placer del otro puede excitarme, eso es seguro, pero el orgasmo del otro difícilmente puede ser el mío porque somos dos cuerpos distintos. Mi sospecha con esta idea es, de nuevo, la existencia de una pedagogía de la pareja en la que uno renuncia a su placer para satisfacer al otro. Contrario a los mitos de mi adolescencia, es como si el placer masculino se basara en una especie de renuncia del placer propio en beneficio del placer femenino. Ese sería el nuevo modelo del gran amante de antaño.

Durante mi adolescencia tuve una atracción especial por las películas de prostitutas y por las geishas. Esa fascinación tenía que ver con pensar el sexo como si se tratase de una educación, un terreno fértil para la teoría y la práctica; siempre he tenido una obsesión con el aprendizaje. En mi imaginación sólo las prostitutas, por su aprendizaje, podían ser maestras de la seducción, del erotismo y del sexo. Recuerdo una escena de la película Joven y bella: la protagonista, una adolescente estudiante de literatura y trabajadora sexual, está con su pareja, un adolescente como ella, ambos están en la cama y en un momento ella mete su dedo en el ano del chico. Pensaba que saber esos trucos para provocar el placer masculino era algo que sólo podía aprenderse a partir de otras mujeres. En mi imaginación era más efectiva la casa de citas que la Cosmopolitan.

¿Cómo aprendemos a coger? En mi caso, en la preparatoria consideré estudiar sexología porque creía que tal vez así aprendería a hacer todas estas preguntas que han guiado mis textos hasta ahora. Habría sido un error. Hay cosas que escapan a la pedagogía, estoy segura que el deseo es una de ellas.  Por otro lado, como escribía, durante mucho tiempo mis referencias de expertas en el arte amatorio fueron prostitutas y mi educación estuvo basada en un modelo heterosexual, incluso las imágenes de parejas homosexuales siguieron ese un modelo, como la larga escena de sexo entre Léa Seydoux y Adèle Exarchopoulos en La vida de Adèle, «porno de lesbianas para heterosexuales» en palabras de amigas lesbianas. La lectura de Paul Preciado me guiaría muchos años después de conocer la película, para él el coito está basado en los genitales, pero todo el cuerpo es susceptible de recibir placer. Preciado no miente, alguna vez sentí mucho placer erótico mientras comía y escuchaba de fondo la música de Sade, pero contrario a la teoría de Preciado, no puedo evitar darles importancia a los genitales durante el coito porque un Satisfyer no sustituye a un pene.

Hace varios años, cuando vivía en Ciudad de México y solía dedicar mucho tiempo al dating le platiqué a mi prima sobre mi única idea emprendedora para un posible negocio: un gimnasio sexual. Un espacio en el que una pudiera practicar —y quizás aprender— sobre sexo como si se tratase de clases de yoga o de pilates. En mi fantasía emprendedora era posible mezclar el spanking con el yoga o la masturbación con esos talleres de Shibari que ya existen en internet. Deseché rápido mi idea. El sexo, como las emociones, no son algo que puede gestionar. Quizás Preciado y Foucault me dañaron irreversiblemente porque sospechaba que en mi idea de negocio se escondía una idea de normalización. Un gimnasio como una escuela no para geishas, pero sí para personas que esperan resultados concretos; pero el sexo no conoce de resultados medibles o cuantificables.

No soy una experta. No he aprendido grandes cosas, estos textos se guían más por interrogantes que por certezas. De esas certezas tengo apenas unas cuantas, una de ellas, la más importante tal vez, es que este “modelo” para coger no está en función de nuestro placer —del femenino, quiero decir— está basado en la respuesta del placer masculino. Para mí no funciona esa coreografía del porno que sugiere empezar con preliminares para acabar con la eyaculación y un orgasmo masculino, en mi caso, el máximo placer es entrar de lleno en un estado de éxtasis continuo con orgasmos prolongados, uno después del otro. Contrario a las ideas de Preciado, la genitalidad para mí es importante porque es la vía a ese éxtasis. Contrario a las ideas de Bataille, para mí el sexo no acaba con la eyaculación masculina porque el orgasmo femenino no es una pequeña muerte, es un umbral para un estado de placer constante.

Tal vez coger requiere una práctica de contra-aprendizaje, más que ser una diestra de las artes amatorias hay que practicar la desobediencia de todo aquello que ha descrito el placer femenino desde una experiencia que no ha sido la de nosotras. Contrario a la máxima de Lacan, habría que defender el placer y el orgasmo femenino porque de ellos todavía no se han encargado lo suficiente las teorías de filósofos y médicos franceses. Habría que descubrir que tan inefable puede ser el orgasmo femenino. Una práctica contra la idea del arte amatorio porque mucho de lo que se ha escrito sobre desobediencia no tiene que ver con nuestro placer, como este párrafo de Pierre Louÿs en Manual de urbanidad para jovencitas:

En la mesa

* Si te preguntan qué bebes en las comidas, no contestes: «Sólo bebo leche recién masturbada».
* Si masturbas a tu vecino, hazlo con el mayor disimulo para que nadie se dé cuenta.

En el museo

* No dibujes bucles negros sobre el pubis de las Venus desnudas. Si el artista representó a la diosa sin pelos, es porque Venus se afeitaba el coño.

No se aprende a coger; habría que renunciar a toda pretensión de conocimiento al respecto. Y, sin embargo, hay códigos compartidos, hay convenciones que hacen del sexo un sexo “urbano”, por decirlo en palabras de Louÿs. Pienso en esos códigos que distinguen coger de “hacer el amor”: el amor como una fuerza trascendental que se manifiesta en la preeminencia de preliminares, por ejemplo, y su ausencia en el acto rápido de la penetración y el orgasmo sin ninguna muestra de cariño. Ahí está nuestro manual de urbanidad. Existe una normativa en la que todos estamos buscando la forma de ser mejores alumnos a partir de conceptos como el de responsabilidad afectiva o la gestión de los celos en talleres sabatinos como los de Shibari, y es que el sexo también es cultura, cogemos en sociedad y aprendemos desde muy jóvenes a querer ser buenas amantes pese a que no existe una boleta de calificaciones para asegurarnos de ello. 

Un comentario sobre “No sabemos coger

  1. Luego de la argumentación, el título no es tan estrictamente categórico… cada quien a su manera. No puedo calificar tu performance amatorio, pero sí puedo agradecer por el buen contenido que escribes y por las referencias de cine que compartes. Hasta la próxima.

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