El sexo como sexo




La que quizás fue mi primera fantasía sexual era muy simple pero rica en detalles relacionados con la imagen que tenía de mí misma en ese entonces. Me imaginaba con una camisa blanca, de seda y botones delanteros; una falda negra y medias del mismo color muy transparentes, unos zapatos de charol, similares a los que usa Ana Karina en Vivir su vida, alguna vez tuve unos parecidos. Esa imagen era el centro de todo. A partir de ahí surgía lo demás: unas manos grandes, a veces desconocidas —casi siempre desconocidas— acariciándome primero por encima de la ropa y después desvistiéndome. Imaginaba la seda sobre mi piel o mi piel suave entre unas manos un poco ásperas. Fantaseaba a partir de sensaciones desconocidas. Hacía un esfuerzo similar a cuando leía cuentos o novelas, intentaba que todo fuera muy vívido, me abstraía detallando escenarios totalmente distintos a los de mi vida que transcurría entre la preparatoria, el camino a casa y los viernes de servicio social en la orquesta sinfónica. En ninguno de esos escenarios era posible realizar mi fantasía, pero el motor de mis imágenes era sentir el deseo sexual, o más bien, sentirme deseada.

Eso lo sé ahora. Sé que lo que en ese entonces era el esfuerzo de mi imaginación por recrear sensaciones hasta ese momento desconocidas poco tenía que ver con la expectativa del sexo venidero, era la maquinaria del deseo puesta en marcha. Hace poco mi amiga L. me compartió un texto de Marguerite Duras que dice algo similar: «No es tener sexo lo que cuenta, sino tener deseo. Hay demasiada gente que tiene sexo sin deseo», después la escritora compara el deseo con la escritura «se desea como se escribe, siempre». Mi hipótesis es la siguiente: cuando una escribe sobre sexo, con palabras a veces temblorosas, está intentando descifrar el deseo. El sexo como sexo es la manifestación del deseo, un deseo profundo por su naturaleza de mantenerse replegado en el silencio porque no nos atrevemos a narrarlo, no porque nos sea incognoscible. Nombrarlo es uno de los primeros pasos para conocernos también a nosotras mismas.

Me remito a mi primera fantasía porque en ella todo estaba por ser descubierto. Ninguna experiencia compartida participaba de ella, ninguna repetición, ninguna proyección, sólo mi cuerpo y mis sensaciones como guía. No tenía ideas sofisticadas sobre el deseo, sólo un vestuario y los fragmentos de un cuerpo desconocido. En ese entonces recurría a mi imaginación, pero también me excitaba con las palabras de Henry Miller, narraciones viscerales, con exageraciones que atraían mi atención. En Trópico de Cáncer: «cuando él toma su cuerpo y practica una nueva melodía, quizá no sea todo pasión y curiosidad lo que siente sino una lucha en la oscuridad, una lucha a solas contra el ejército que ha forzado las puertas, que ha pasado por encima de ella, la ha pisoteado, la ha dejado con un hambre tan devoradora, que ni siquiera un Rodolfo Valentino podría saciarla». Escribir sobre sexo para encontrarse —o confrontar— una idea profunda sobre uno mismo.

Intento dibujar un camino que va de la fantasía al deseo y llega a la construcción de una imagen de nosotras mismas, no es tan sencillo, pero todo este tiempo he escrito estos textos pensando en esa idea. Hace un par de años descubrí a María Luisa Bombal, escribe con especial atención en las sensaciones, me fascina su prosa, el siguiente fragmento es de su novela corta La última niebla: «Entonces él se inclina sobre mí y rodamos enlazados al hueco del lecho. Su cuerpo me cubre como una grande ola hirviente, me acaricia, me quema, me penetra, me envuelve, me arrastra desfallecida. A mi garganta sube algo así como un sollozo, y no sé por qué me es dulce quejarme, y dulce a mi cuerpo el cansancio infligido por la preciosa carga que pesa entre mis muslos.»

Pienso en los efectos que generan en mi cuerpo la prosa de Bombal y Miller, en el párrafo de Bombal encuentro sensaciones ahora conocidas, ella pone en palabras lo que me cuesta trabajo narrar, pero he experimentado. Lo que escribe Miller me ha puesto mil veces caliente de una forma violenta, casi salvaje, aunque nunca me he reconocido en sus palabras, un efecto similar al de ver pornografía: no me identifico con la mirada del que observa, pero me gusta mirar. Ambos ejemplos me acercan a esa idea del sexo por sí mismo, o más bien, del sexo como exploración de un deseo erótico que eventualmente nos lleva a reconocernos -o no- en nuestras fantasías.

Además de la fantasía de la falda negra y la camisa blanca tenía otras más elaboradas que incluían hombres uniformados, militares nazis y escenarios de dominación y obediencia, esas fantasías me llevaron a iniciar este blog. Me preguntaba de qué recónditos espacios surgían esas imágenes ¿eran un producto de todo lo que me había excitado secretamente hasta ese momento? una especie síntesis entre mis lecturas de novelas de vampiros pornográficas y las prohibiciones del colegio católico. A la desinformación que encontraba ahí le correspondía una búsqueda subterránea de estímulos sexuales.

Como siempre, escribo sobre mi pasado desde el presente, como en un ejercicio de arqueología. Para escribir sobre las fantasías de mi pasado tal vez debería recurrir a la estrategia de Martín Kohan en Me acuerdo: y narrar a manera de recuerdos concretos y datos duros; ejercicios de memoria que no pretenden buscar un sentido interpretativo. Escribir sin adornos: me acuerdo de la falda negra, de las medias muy transparentes y de la fuerza de unas manos sobre mi cuerpo, pero ahora no escribo mis recuerdos, escribo mis fantasías, fantasías sin datos duros, fantasías en un proceso permanente de olvido. Escribirlas tampoco es fijarlas en mi memoria, por ahora son este pequeño recordatorio de que en ellas busqué lo que soy ahora.

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